El oficio de educar

Ser maestra/o. 

La dinámica propia de la educación es construir y volver a hacerlo, en un constante ida y vuelta entre los distintos actores involucrados, el aprendizaje y el saber. Es volver a mirar las variadas formas de ser, estar y hacer en el propio ámbito educativo y en el mundo que nos rodea, con las complejidades propias de este.

Edgar Morin, reconocido pedagogo, sociólogo y filósofo, en su trabajo para Unesco; Los siete saberes necesarios para la Educación del Futuro decía lo siguiente: “el desarrollo de la inteligencia es inseparable del de la afectividad, es decir de la curiosidad, de la pasión, que son, a su vez, de la competencia de la investigación científica o filosófica”. El desarrollo humano es inseparable del desarrollo de la afectividad, la educación es lo que nos permite ser y hacer personas más agradables. Son los sentimientos que se generan en el educando los que deciden la actividad que le enamora: su pasión, una de las misiones de la educación.

A lo permanente del cambio, le agregamos la velocidad y, por si fuera poco, la incertidumbre. La sociedad del conocimiento, nuestro mundo actual, ha cuestionado las certezas y profundiza las especificaciones del saber. Ya no podemos hablar de aprender a aprender, hablamos de aprender a saber. Y hoy es imprescindible escuchar para educar, son los niños, con su particular mirada del mundo quienes, en forma permanente y espontánea, interrogan e interpelan nuestro conocimiento. Son ellos, los educandos de cada día, quienes demandan ese “aprender a saber”. Es imposible que nos guste lo incomprensible, la mente humana necesita aprender, y para ello necesita comprender, el oficio de educar es el camino de la comprensión. Uno de los pilares fundamentales de la Educación es la necesidad de hacer la vida más agradable a los seres humanos, al educando, el educador y la comunidad, ser la guía de mejores personas, más listas y preparadas; eso es ser Maestra/o.

 

El camino comienza con un paso.

Cada nuevo día, la enseñanza se vuelve más compleja, se torna necesario sumar nuevos conocimientos formales y dotarlos de mayor complejidad y profundidad. La permanente actualización docente no es una aspiración, es una necesidad. La partitura que marcaba los pasos de los docentes, no solo se ha transformado, también ha incorporado nuevos instrumentos, obligando a los protagonistas a una reformulación personal y constante para seguir el ritmo de aquellos saberes propios, de la experiencia personal que le dan valor a la misma, resignificando las prácticas y renovando los pasos de baile en el fantástico proceso de enseñar y aprender.

Es cierto que los horizontes se van desdibujando, la incertidumbre ya no solo es sobre los oficios del futuro, es sobre el mundo del mañana, la flexibilización es constante y requiere creatividad y preparación. Un buen docente, no lo es por su título, lo es por su dedicación y su búsqueda en la autenticidad de los conocimientos, los nuevos y los que le aportan su experticia. Lo es por su amor y respeto sobre el espíritu del aprendizaje.

El oficio de educar se construye día a día, integrando el pensamiento y la acción, en un proceso de enseñanza que apela a la experimentación, la creación y el ensayo. Con una especial escucha al cerebro del que aprende, no se trata de aplicar conocimientos, sino de una construcción colectiva de estos. Una clase no empieza desde la intención del docente, empieza desde el deseo del que aprende. Paso a paso, un buen docente va desplegando estrategias de enseñanza, poniendo en relación los distintos saberes propios de lo curricular y lo transversal, con aspectos tales como la resolución de problemáticas identificadas previamente y situaciones que se generan en la búsqueda de posibles resoluciones.

El oficio de educar es un oficio sin horario, las clases comienzan al momento de la observación de la naturaleza, al despertarse, al momento de planificarla, en cualquier situación.

El oficio de educar requiere grandes orejas, capaces de escuchar con atención no solo a los educandos, sino al mundo que nos rodea y, sobre todo, a las distintas teorías y prácticas propias de la educación.

El oficio de educar es uno de los más simbólicos actos de entrega, la dedicación y pasión que le ponen los distintos docentes desde los rincones más alejados, hasta las grandes urbes de nuestro continente, son en sí mismo un gran acto de amor.

El oficio de educar es un oficio en permanente construcción. ¡Vaya nuestro enorme reconocimiento a todos los maestros del mundo!